Poesia e Tradução - Memorial de Isla Negra.
Ópio no
Leste
Já desde
Singapura cheirava a ópio.
O bom
inglês sabia o que fazia.
Em
Genebra trovejava
contra
os traficantes
e nas
Colônias cada porto
exalava um
olor de fumo legalizado
com
número oficial e licença valiosa.
O gentleman oficial de Londres
vestido
de impecável ruiseñor
(com calça rajada e engomada armadura)
gritava
contra o vendedor de sombras,
mas aqui
no Oriente
se
desmascarava
e vendia
o letargo em cada esquina.
Quis
saber. Entrei. Cada maca
possuía seu
jazente,
ninguém
falava, ninguém ria, cri
que
fumavam em silêncio.
Mas
queimava junto a mim um cachimbo
ao
cruzar-se a chama com a ponta
e nessa
aspiração do morno
com a
fumaça leitosa entrava no homem
um
estático êxtase, alguma porta ao longe
se abria
para um vazio suculento:
era o
ópio a flor do ócio,
o gozo
imóvel,
a pura
atividade sem movimento.
Tudo era
puro ou parecia puro,
tudo em
azeite e gozne
resvalava
até
chegar a ser somente existência,
não
ardia nada, não chorava ninguém,
não
havia espaço para tormentos
e não
havia carvão para a cólera.
Mirei: pobres
caídos,
peões, carregadores
de ricksha ou plantação,
raquíticos
trotantes,
vira
latas,
pobres
maltratados.
Aqui,
depois de feridos,
depois
de ser não seres senão pés,
depois
de não serem homens senão animais de carga,
depois
de andar e andar e suar e suar
e suar
sangue e já não ter alma,
aqui
estavam agora,
solitários,
vencidos,
os
jazentes por fim, os pés-duros:
cada um
com fome havia comprado
um
escuro direito à delicia,
e sob a
corola do letargo
sonho ou
mentira, sorte ou morte, estavam
por fim
no repouso que busca toda vida,
respeitados,
por fim, em uma estrela.
§
El opio en el Este
Ya desde Singapur olía a opio.
El buen inglés sabía lo que hacía.
En Ginebra tronaba
contra los mercaderes clandestinos
y en las Colonias cada puerto
echaba un tufo de humo autorizado
con numero oficia! y licencia jugosa.
El gentleman oficial de Londres
vestido de impecable ruiseñor
(con pantalón rayado y almidón de armadura)
trinaba contra el vendedor de sombras,
pero aquí en el Oriente
se desenmascaraba
y vendía el letargo en cada esquina.
Quise saber. Entré. Cada tarima
tenía su yacente,
nadie hablaba, nadie reía, creí
que fumaban en silencio,
Pero chasqueaba junto a mí la pipa
al cruzarse la llama con la aguja
y en esa aspiración de la tibieza
con el humo lechoso entraba al hombre
una estática dicha, alguna puerta lejos
se abría hacia un vacío suculento:
era el opio la flor de la pereza,
el goce inmóvil,
la pura actividad sin movimiento.
Todo era puro o parecía puro,
todo en aceite y gozne resbalaba
hasta llegar a ser sólo existencia,
no ardía nada, ni lloraba nadie,
no había espacio para los tormentos
y no había carbón para la cólera.
Miré: pobres caídos,
peones, coolies de ricksha o plantación,
desmedrados trotantes,
perros de calle,
pobres maltratados.
Aquí, después de heridos,
después de ser no seres sino pies,
después de no ser hombres sino brutos de carga,
después de andar y andar y sudar y sudar
y sudar sangre y ya no tener alma,
aquí estaban ahora,
solitarios,
tendidos,
los yacentes por fin, los pata dura:
cada uno con hambre había comprado
un oscuro derecho a la delicia,
y bajo la corola del letargo,
sueño o mentira, dicha o muerte, estaban
por fin en el reposo que busca toda vida,
respetados, por fin, en una estrella.
El buen inglés sabía lo que hacía.
En Ginebra tronaba
contra los mercaderes clandestinos
y en las Colonias cada puerto
echaba un tufo de humo autorizado
con numero oficia! y licencia jugosa.
El gentleman oficial de Londres
vestido de impecable ruiseñor
(con pantalón rayado y almidón de armadura)
trinaba contra el vendedor de sombras,
pero aquí en el Oriente
se desenmascaraba
y vendía el letargo en cada esquina.
Quise saber. Entré. Cada tarima
tenía su yacente,
nadie hablaba, nadie reía, creí
que fumaban en silencio,
Pero chasqueaba junto a mí la pipa
al cruzarse la llama con la aguja
y en esa aspiración de la tibieza
con el humo lechoso entraba al hombre
una estática dicha, alguna puerta lejos
se abría hacia un vacío suculento:
era el opio la flor de la pereza,
el goce inmóvil,
la pura actividad sin movimiento.
Todo era puro o parecía puro,
todo en aceite y gozne resbalaba
hasta llegar a ser sólo existencia,
no ardía nada, ni lloraba nadie,
no había espacio para los tormentos
y no había carbón para la cólera.
Miré: pobres caídos,
peones, coolies de ricksha o plantación,
desmedrados trotantes,
perros de calle,
pobres maltratados.
Aquí, después de heridos,
después de ser no seres sino pies,
después de no ser hombres sino brutos de carga,
después de andar y andar y sudar y sudar
y sudar sangre y ya no tener alma,
aquí estaban ahora,
solitarios,
tendidos,
los yacentes por fin, los pata dura:
cada uno con hambre había comprado
un oscuro derecho a la delicia,
y bajo la corola del letargo,
sueño o mentira, dicha o muerte, estaban
por fin en el reposo que busca toda vida,
respetados, por fin, en una estrella.
Pablo Neruda
Tradução: Camillo César Alvarenga.